Las Leyes del Universo
Las Leyes del Universo son leyes que Dios ha establecido. Son leyes perfectas, que crean una función perfecta de lo físico. El objetivo de nuestra alma es, realizarse plenamente ella misma a través del cuerpo; llegar a ser la encarnación de todo lo que realmente es. Este es el divino plan para nosotros. Este es el divino ideal. Lo que la divinidad debe llegar a realizar por medio de nosotros, convirtiendo el concepto en experiencia, es decir, como yo mismo puedo conocerme a mí mismo experimentalmente. ¿Hemos visto alguna vez algo más perfecto que un copo de nieve? Su complejidad, su dibujo, su simetría, su identidad consigo mismo y su originalidad respecto a todo lo demás. Todo es un misterio. Nos asombramos ante el milagro de esta imponente manifestación de la naturaleza. Y si Dios puede hacer esto con un simple copo de nieve, ¿Qué podemos creer que puede hacer –que ha hecho- con el universo? Aunque viésemos su simetría, la perfección de su diseño -desde el cuerpo más grande a la partícula más pequeña- no seríamos capaces de mantener esta verdad en nuestra realidad. Ni siquiera ahora, que empezamos a vislumbrar algo de ella, podemos imaginar o entender sus interrelaciones, pero podemos saber que existen dichas interrelaciones mucho más complejas y mucho más extraordinarias de lo que nuestra comprensión actual puede abarcar. Shakespeare lo expresó maravillosamente: “¡Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que ha soñado tu filosofía!” ¿Cómo conocer, cómo aprender estas leyes? No se trata de conocer o aprender, se trata simplemente de recordar, y así, nunca nos experimentaremos a nosotros mismos en un estado de eso que llamamos “turbación”, no consideraríamos ninguna situación de la vida como un problema, no afrontaríamos ninguna situación con inquietud; pondríamos fin a cualquier clase de preocupación, duda o temor; viviríamos no como espíritus desencarnados en el reino de lo absoluto, sino como espíritus encarnados en el reino de lo relativo, pero gozaríamos de toda la libertad, de toda la alegría, de toda la paz y de toda la sabiduría, el conocimiento y la fuerza del espíritu que somos. Seríamos seres plenamente realizados.
Con cariño,