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Juventud y Educación - segunda parte


La mayoría de las personas en esta sociedad ni siquiera desean que sus hijos conozcan los hechos más básicos de la vida. La gente se desquició cuando las escuelas simplemente empezaron a enseñar a los niños el funcionamiento del cuerpo humano. Ahora se supone que no se debe decir a los niños como se transmite el sida, o cómo evitar que se transmita. A menos, desde luego, que les digan cómo evitarlo desde un punto de vista particular. Entonces está bien. ¿Pero darles simplemente los hechos, y dejarlos que ellos decidan por sí mismos? Nunca en la vida.


Lo justifican diciendo que los niños no están preparados para decidir estas cosas por sí mismos y que es necesario guiarlos adecuadamente, pero ¿Observamos nuestro mundo últimamente? Así es cómo guiaron a los niños en el pasado.


Pero aún así, enumeramos una variedad de argumentos en defensa de lo que consideramos como valedero para justificar el mundo tal como está. No, es cómo los hemos desaconsejado, decimos. Si el mundo está hoy tan descompuesto -y en muchos aspectos lo está demasiado- no se debe a que hayamos tratado de enseñar a nuestros hijos los viejos valores, ¡sino a que hemos permitido que se les enseñen todas estas innovaciones dudosas! ¡Y realmente lo queremos creer! Decimos que “si hubiésemos mantenido a nuestros niños limitados a lo ortodoxo, en vez de alimentarlos con toda esta basura de “pensamiento crítico”, estaríamos mucho mejor ahora”. “Si hubiésemos mantenido la llamada “educación sexual” fuera del salón de clases y la hubiésemos conservado en el hogar, que es el lugar al cual corresponde, no estaríamos viendo adolescentes que tienen bebés, y madres solteras a los 17 años solicitando asistencia social, y un mundo enloquecido”. “Si hubiésemos insistido en que nuestros pequeños vivieran de acuerdo con nuestros estándares morales, en vez de darles libertad y crear los propios, no habríamos convertido nuestro una vez mundo fuerte y vibrante en una lastimosa caricatura de su antigua condición”. Algunos argumentan, que lo que necesitamos es un regreso al pasado, a los valores de nuestros abuelos. ¡Eso es lo que necesitamos! Lo gritan muchos. Es así es como se piensa en nuestro planeta, ¿verdad? Todo el mundo sabe también que los viejos valores eran los que funcionaban. Todo el mundo sabe que el globo se está yendo a pique. En todos los países, en todas partes del planeta hay un clamor por el regreso a los viejos valores, y un regreso al nacionalismo.


Pero ¿Realmente pensamos que las cosas eran mejores hace 30 años, hace 40 años, hace 50 años? Yo digo que la memoria tiene una pobre visión. Recordamos lo bueno, y no lo peor. Es natural, es normal. Pero no nos engañemos. Enfrasquémonos en el pensamiento creativo, y no nos limitemos a memorizar lo que otros quieren que creamos.


Para seguir con nuestro ejemplo, imaginemos que en realidad fue absolutamente necesario lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima ¿Qué dicen los historiadores estadounidenses acerca de los muchos informes, de aquellos que afirman saber más acerca de lo que sucedió realmente, de que el Imperio Japonés había revelado en privado a Estados Unidos su disposición de dar por terminada la guerra antes de que se lanzara la bomba? ¿Acaso la venganza por el horror en Pearl Harbor no representó una parte en la decisión del bombardeo? Y, si aceptamos que era necesario lanzar la bomba, ¿Por qué fue necesario lanzar una segunda bomba?


Podría ser, desde luego, que el propio relato de todo sea lo correcto. Podría ser que el punto de vista estadounidense sobre todo esto, sea la forma en que sucedió realmente. Ése no es el punto de este planteamiento. El punto es que el sistema educativo no permite el pensamiento crítico sobre estos temas, o muchos otros.


¿Podemos imaginar lo que sucedería a un profesor de ciencias sociales o de historia que planteara en clase las anteriores preguntas, invitando y estimulando a los estudiantes a que examinen y exploren en profundidad este tema y saquen sus propias conclusiones?

¡Ése es el punto! No se quiere que los jóvenes saquen sus propias conclusiones. Interesa que lleguen a las mismas conclusiones que el resto. Así, se les condena a repetir los errores que condujeron a esas conclusiones.


Este mundo ha enloquecido. En eso estoy de acuerdo. Pero no enloqueció a causa de lo que se enseña a los niños en las escuelas. Enloqueció por lo que no se permite que se les enseñe. No se permite que en la escuela se hable de un amor que es incondicional. Ni siquiera se permite que las religiones hablen de eso. En efecto. Y tampoco se permite que se enseñe a los niños a celebrarse a sí mismos y a sus cuerpos, su humanidad y sus maravillosos seres sexuales. Y no se permite que sepan que son, primero y sobre todo, seres espirituales que habitan un cuerpo. Ni se les trata como espíritus que habitan en cuerpos.


En las sociedades dónde se habla abiertamente de la sexualidad, se analiza con libertad, se explica y se experimenta jubilosamente, prácticamente no hay delitos sexuales, sólo ocurre un diminuto número de nacimientos que no se esperan, y no hay nacimientos “ilegítimos” o no deseados. En las sociedades altamente evolucionadas, todos los nacimientos son bendiciones, y se atiende el bienestar de todas las madres y de todos los niños. Es un hecho comprobado, la sociedad no aceptaría otra opción.


En las sociedades dónde la historia no se adapta a los conceptos de los más fuertes y poderosos, se reconocen abiertamente los errores del pasado y nunca se repiten, y una vez es suficiente para las conductas que son claramente autodestructivas.


En las sociedades dónde se enseña el pensamiento crítico, la solución de problemas y las destrezas para la vida, en vez de hechos simplemente memorizados, incluso las acciones llamadas “justificables” del pasado son objeto de un intenso escrutinio. Nada se acepta por su significado aparente.


Para que esto funcione y como ejemplo, usemos nuestro ejemplo de la Segunda Guerra Mundial. Un sistema escolar que enseña las habilidades para la vida, en vez de sólo hechos, ¿Cómo abordaría el episodio histórico de Hiroshima?


Los maestros describirían en clase lo que sucedió ahí exactamente. Incluirían todos los hechos -todos los hechos- que condujeron a ese acontecimiento. Buscarían las opiniones de historiadores de ambos lados del encuentro, lo que permitiría a los alumnos darse cuenta de que hay más de un punto de vista para todo. No pedirían memorizar sucesos, fecha y cifras. En cambio, desafiarían a la clase. Dirían: "Ya escucharon todo lo relacionado con este acontecimiento. Saben los antecedentes y las consecuencias. Les hemos dado todo el “conocimiento” que pudimos obtener al respecto. Ahora bien, ¿A partir de este “conocimiento”, que “sabiduría” alcanzan? Si los escogieran para solucionar los problemas que se enfrentaban en aquellos días, y que se concluyeron con el lanzamiento de la bomba,


¿Cómo los resolverían? ¿Pueden pensar en una salida mejor?”.


Se puede argumentar que eso es fácil. Cualquiera puede encontrar respuestas de ese modo, con el beneficio de la retrospectiva. Cualquiera puede mirar por encima de su hombro y decir: “Yo lo hubiera hecho de una manera diferente”. Ahora la cuestión es: ¿Entonces por qué no lo hacemos? ¿Por qué no miramos por encima de nuestros hombros, aprendemos del pasado, y procedemos de forma diferente? Diré la razón: si se permite a los hijos revisar el pasado y analizarlo críticamente -si, en efecto, se requiere que lo hagan como una parte de su educación- se correrá el riesgo de que ellos discrepen con el rumbo que seguimos nosotros.


Desde luego, discreparán de todos modos. Simplemente no se permite demasiado desacuerdo en los salones de clases. Por consiguiente, tienen que tomar las calles. Ondear consignas. Romper cartillas de reclutamiento. Quemar placas y banderas. Hacer todo lo que puedan para llamar la atención, para que se les vea. Los jóvenes gritan: “¡Tiene que haber una mejor forma!” Sin embargo, no se les escucha. No se les quiere escuchar. Y, ciertamente, no se les quiere alentar en el salón de clases a que empiecen a pensar críticamente acerca de los hechos que se les describen. Sólo capten, les dicen. No vengan a decirnos lo que hicimos mal. Limítense a captar que procedimos bien. Así es como se educa. Eso es lo que llamamos educación.


Pero hay quién diría que son los jóvenes y sus ideas locas, absurdas, liberales, las que han llevado al mundo, al desastre. Al infierno. Lo han empujado al borde del olvido. Han destruido nuestra cultura orientada hacia los valores, y la han reemplazado con una moralidad de haz-lo-que-quieras-hacer, lo que sea que “se sienta bien”, que amenaza con poner fin a nuestra forma de vida.


Y yo digo que los jóvenes están destruyendo esta forma de vida. La juventud siempre lo ha hecho. La tarea es alentarlos, no desanimarlos. No son ellos quienes destruyen los bosques, sino los que piden que se detenga esto. No son ellos quienes agotan la capa de ozono, sino los que piden que se detenga ese proceso. No son ellos quienes explotan a los pobres en talleres de mala muerte por todo el mundo, sino los que piden que se detenga esto.


No son ellos los que fijan impuestos onerosos, para después usar el dinero en la guerra y la maquinaria de guerra, sino los que piden que las detengan. No son ellos quienes ignoran los problemas de los débiles y oprimidos, permitiendo que cientos de personas mueran de hambre cada día en un planeta con más que suficiente para alimentar a todos sus habitantes, sino los que piden que se detenga esa miseria. No son los jóvenes quienes participan en la política de engaño y manipulación, sino los que piden que la detengan.


No son ellos los que están reprimidos sexualmente, avergonzados y desconcertados acerca de sus propios cuerpos y quienes transmiten esa vergüenza y desconcierto a sus hijos, sino los que piden que detengan esa actitud. No son ellos quienes establecieron un sistema de valores que defiende “el poder para el más fuerte” y un mundo que soluciona los problemas con violencia, sino los que piden que eso se detenga. No, no lo están pidiendo... lo están suplicando.


Pero también por otro lado, muchos argumentan que los jóvenes son los violentos ¡Los jóvenes que se unen a pandillas y se matan mutuamente! Los jóvenes que desdeñan la ley y el orden, cualquier clase de orden. ¡Los jóvenes que nos están volviendo locos!

Y yo digo que cuando nunca se escuchan y nunca se les presta atención a los clamores y reclamos de los jóvenes; cuando ven que su causa está perdida -que unos pocos con nuestra venia impondrán las condiciones, sin importar lo que pase-, los jóvenes, que no son tontos, darán el siguiente paso más conveniente. Si no los pueden derrotar, se unirán al resto.


Los jóvenes se han unido a los mayores en sus conductas. Si son violentos, es porque los mayores lo son. Si son materialistas, es porque los mayores lo son. Si actúan sin cordura, es porque los mayores actúan de ese modo. Si usan el sexo manipuladora, irresponsable y vergonzosamente, es porque los mayores hacen lo mismo. Si a los jóvenes solo les importa el dinero, es porque escuchan eso de los mayores La única diferencia entre los jóvenes y los mayores es que los primeros realizan sus actividades al descubierto.


Los mayores ocultan sus conductas. Piensan que los jóvenes no pueden ver. Sin embargo, los jóvenes ven todo. Nada está oculto para ellos. Ven la hipocresía y tratan desesperadamente de cambiarla. No obstante, una vez que trataron y fallaron, no les queda más opción que imitarla. En eso están equivocados, pero nunca se les enseñó a actuar de forma diferente. No se les permitió analizar críticamente lo que hicieron sus mayores, sólo se les permitió memorizarlo. Lo que memorizas, lo conmemoras.


¿Cómo, entonces, debemos educar a nuestros jóvenes?


Hasta la próxima parte. Con afecto,


Omar


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