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“Si el amor es todo lo que hay, ¿Cómo podría el hombre justificar nunca la guerra?”.


Tratar a los demás con amor no significa necesariamente permitirles que hagan lo que quieran.


Los padres lo aprenden muy pronto con respecto a sus hijos. Pero los adultos no lo aprenden con la misma rapidez con respecto a los otros adultos. Ni las naciones con respecto a las otras naciones.


No se debe permitir que proliferen los déspotas, sino que hay que poner fin a su despotismo. El amor hacia Uno mismo, y el amor hacia el déspota lo exigen así.


Esta es la respuesta a la pregunta… “Si el amor es todo lo que hay, ¿Cómo podría el hombre justificar nunca la guerra?”.


A veces el hombre debe ir a la guerra para realizar la más grandiosa afirmación de quién es realmente: aquel que abomina de la guerra.


Algunas veces debes renunciar a Quien Realmente Eres con el fin de ser Quien Realmente Eres.


Hay Maestros que lo han enseñado así, no puedes tenerlo todo hasta que no estás dispuesto a renunciar a todo.


De este modo, para poder “tenerte” a ti mismo como un Ser de paz, puede que tengas que renunciar a la idea de ti mismo como una persona que nunca va a la guerra. La Historia ha requerido de los humanos decisiones de este tipo.


Lo mismo vale para la mayoría de los individuos y la mayoría de las relaciones personales. Más de una vez, la vida puede requerir que demuestres Quien Eres manifestando un aspecto de Quien No Eres.


Esto no resulta tan difícil de entender si has vivido unos cuantos años; pero para la juventud idealista puede parecer el colmo de la contradicción. En un examen más maduro se aproxima más a la dicotomía divina.


Ello no significa, en el contexto de las relaciones humanas, que si te hacen daño tú tengas que hacer daño “a cambio” (ni tampoco en el contexto de las relaciones entre naciones). Significa sencillamente que permitir al otro que continuamente te haga daño puede que no sea el mejor acto de amor por tu parte; ni hacia Ti mismo ni hacia el otro.


Esto debería acabar con determinadas teorías pacifistas según las cuales el amor más elevado impide cualquier respuesta enérgica a lo que uno considera malo.


Una vez más, el discurso adquiere un cariz esotérico, puesto que ningún análisis serio de tal afirmación puede ignorar la palabra “malo”, y los juicios de valor que invita a formular. En realidad, no hay nada malo; únicamente fenómenos y experiencias objetivos. Sin embargo, nuestro propio objetivo en la vida requiere que seleccionemos, de entre la creciente serie de interminables fenómenos, unos cuantos dispersos a los que llamamos malos; ya que, si no lo hiciéramos, no podríamos llamarnos a nosotros mismos buenos, ni a ninguna otra cosa, y -por lo tanto- no podríamos conocernos, o crearnos, a Nosotros mismos.

Por eso a lo que llamamos malo lo definimos a nosotros mismos; y por eso a lo que llamamos bueno.


El mayor mal consistiría, pues, en no declarar malo nada en absoluto.


En esta vida, existimos en el mundo de lo relativo, donde una cosa puede existir únicamente en relación con otra. Esta es al mismo tiempo la función y el objetivo de la relación: proporcionar un ámbito de experiencia en el que podamos encontrarnos a nosotros mismos, definirnos a nosotros mismos y -si lo decidimos- recrearnos constantemente en Quienes Somos.


Con amor,


Omar

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