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Juventud y Educación - primera parte


No hay asunto más importante que la educación de los hijos. Y es que siendo honestos, No lo estamos haciendo bien, es verdad. Desde luego, todo es relativo. Y si es relativo a lo que decimos que estamos tratando de hacer, no, no lo estamos haciendo bien.


Todo lo que digo aquí, todo lo que hasta ahora voy incluyendo en este análisis y he ocasionado que se coloque en este documento, debe situarse en ese contexto. No estoy haciendo juicios sobre “apropiado” o “impropio”, “rectitud” o “maldad”. Simplemente hago observaciones acerca de la efectividad relativa a lo que nosotros los humanos decimos que estamos tratando de hacer.


En efecto. Observo que la mayoría de las personas entienden mal el significado, el propósito y la función de la educación, por no hablar del proceso por el cual se emprende de la manera más óptima.


La mayoría de la raza humana decidió que el significado, el propósito y la función de la educación es transmitir conocimiento; que educar a alguien es darle conocimiento -generalmente, el conocimiento acumulado de la familia, clan, tribu, sociedad, nación, y mundo particular, sin embargo, la educación tiene muy poco que ver con el conocimiento. Tiene que ver con la sabiduría. La sabiduría es el conocimiento aplicado.


Para empezar, no es "tratar" de hacer algo. Es hacer. Segundo, no ignoremos el conocimiento a favor de la sabiduría. Eso sería fatal. Por otra parte, no ignoremos la sabiduría a favor del conocimiento. También eso sería fatal. Aniquilaría la educación. En nuestro planeta, sería aniquilarla.


Actualmente estamos ignorando la sabiduría en favor del conocimiento. Estamos enseñando a los niños qué deben pensar en vez de cómo pensar.


Al darles conocimiento a los niños, se les está diciendo qué pensar, es decir, les decimos lo que se supone que deben saber, lo que nosotros queremos que entiendan como cierto.


Cuando se les da sabiduría a los niños, no se les dice qué deben saber, o qué es cierto, sino, más bien, cómo obtener su propia verdad.


Es verdad que sin conocimiento no puede haber sabiduría. De acuerdo. Por eso digo que no se puede ignorar el conocimiento a favor de la sabiduría. Una cierta cantidad de conocimiento debe transmitirse de una generación a la siguiente. Obviamente, pero el menor conocimiento que sea posible. Cuanto más reducida la cantidad, tanto mejor. Que el niño lo descubra por sí mismo. El conocimiento se pierde. La sabiduría nunca se olvida.


Las escuelas deben dar un giro completo a su énfasis. Ahora mismo están profundamente enfocadas en el conocimiento, y otorgan una preciosa poca atención a la sabiduría. Muchos padres consideran amenazadoras las clases sobre pensamiento crítico, solución de problemas y lógica. Quieren que se retiren esas clases del plan de estudios. Y con razón, si es que quieren proteger su forma de vida. Los niños a quienes se les permite desarrollar sus propios procesos de pensamiento crítico presentan mayores probabilidades de abandonar las costumbres estándares y toda la forma de vida de sus padres.


A fin de proteger su forma de vida, construyeron un sistema educativo basado en el desarrollo de la memoria del niño, y no en su capacidad. A los niños se les enseña a recordar hechos y ficciones -las ficciones que cada sociedad ha establecido para sí misma- en vez de darles la capacidad para descubrir y crear sus propias verdades.


Los programas que piden que los niños desarrollen capacidades y destrezas en vez de memoria, son intensamente ridiculizados por quienes se imaginan que saben qué es lo que necesita aprender un niño, sin embargo, lo que se enseña a los niños conduce al mundo hacia la ignorancia, en vez de alejarlo de ella.


Nos mentimos cuando queremos creer que nuestras escuelas no enseñan ficciones, sino que enseñan hechos. Tomemos cualquier libro de historia y démosle un vistazo. Los textos los escriben personas que quieren que sus hijos vean el mundo desde su ángulo particular. Cualquier intento por expandir los relatos históricos con un panorama más extenso de los hechos, es objeto de mofa, y se le llama “revisionista”. A los niños no se les dice la verdad acerca de los hechos del pasado, por temor a que los vean como realmente son.


La mayor parte de la historia está escrita desde el punto de vista de ese segmento de la sociedad a la que se le llama hombres anglosajones protestantes. Cuando las mujeres, o los negros, u otros en la minoría dicen: “No sucedió así, dejaron fuera una parte enorme”, mucha gente se encoge de miedo y gritan y exigen que los “revisionistas” ya no traten de cambiar los libros de texto. No quieren que sus niños sepan como sucedió realmente. Quieren que sepan cómo justificaron lo que sucedió, desde su punto de vista.


Por ejemplo, en Estados Unidos no se enseña a los niños todo lo que hay que saber acerca de la decisión de este país de dejar caer bombas atómicas en dos ciudades japonesas, que mataron o mutilaron a cientos de miles de personas. En cambio, les dan los hechos según los ven ellos, y cómo quieren que ellos los vean.


Cuando se hace un intento por equilibrar este punto de vista con el punto de vista de otro -en este caso, el japonés-, gritan y se enfurecen y despotrican y saltan de arriba abajo y demandan que esas escuelas no se atrevan siquiera a pensar en presentar esos datos en su revisión histórica de este importante acontecimiento. Por lo tanto, no enseñan historia en lo absoluto, sino política.


Se supone que la historia debe ser un relato exacto y completo de lo que sucedió realmente. La política nunca se interesa en lo que sucedió en la realidad. La política siempre es el punto de vista de un sector acerca de lo que sucedió.


La historia revela, la política justifica. La historia descubre; lo dice todo. La política encubre; sólo cuenta una parte. Los políticos odian la historia que se escribe con la verdad. Y la historia, que se escribe con la verdad, tampoco habla muy bien de los políticos.


Sin embargo, están usando el nuevo traje del emperador, ya que los niños, a la larga, ven a través de nosotros. Los niños a quienes se ha enseñado a pensar críticamente, revisan la historia y dicen: “Vaya, cómo se han engañado a sí mismos nuestros padres y mayores”. Eso no lo pueden tolerar, así que tratan de extraerles esas ideas. No quieren que los niños cuenten con los hechos más básicos. Quieren que tengan su versión de los hechos.

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