Libre Albedrío.
Sorprendentemente, hemos creado una tremenda contradicción en torno a Dios. Todas nuestras experiencias más profundas acerca de Dios nos dicen que Dios es bueno. Todos aquellos profesores que nos enseñan algo acerca de Dios nos dicen que Dios es malo. Nuestro corazón nos dice que hay que amar a Dios sin temerle. Nuestros profesores nos dicen que hay que temer a Dios, puesto que es un Dios vengativo. Hemos de vivir en el temor a la cólera de Dios, dicen. Debemos temblar en su presencia. Durante toda nuestra vida hemos de temer el juicio del Señor -nos han dicho-, pues el Señor es “justo”, y todo lo sabe; y nos hallaremos en apuros cuando nos enfrentemos a la terrible "justicia del Señor". Debemos, pues, “obedecer” los mandamientos de Dios, o si no… Sobre todo, no hemos formulado preguntas lógicas tales como: “Si Dios quiere una estricta obediencia a sus leyes, ¿Por qué creó la posibilidad de que dichas leyes fueran violadas?”. Todos nuestros maestros nos dicen que porque Dios quería que tuviéramos “libre albedrío”. Sin embargo, ¿Qué clase de libre albedrío es ese, si elegir una cosa en lugar de otra lleva a la condenación? ¿Cómo la “libre voluntad” puede ser libre, si no es nuestra voluntad, sino la de algún otro, la que debemos cumplir? Quienes nos enseñan eso, hacen de Dios un hipócrita. Se nos ha dicho que Dios perdona y es compasivo; pero si no le pedimos perdón del “modo correcto”, si no “nos dirigimos a Dios” de la manera adecuada, nuestra súplica no será escuchada, nuestro clamor quedará sin respuesta. Incluso eso no sería tan malo si hubiera una sola manera adecuada; pero se enseñan tantas “maneras adecuadas” como profesores hay. Así, la mayoría de nosotros pasamos casi toda nuestra vida adulta buscando la manera “correcta” de rendir culto, de obedecer y de servir a Dios. Este tipo de comportamientos son los que históricamente han exigido de sus súbditos los monarcas; normalmente, monarcas egocéntricos, inseguros y tiránicos. En absoluto son exigencias divinas; y es extraordinario que el mundo no haya llegado ya a la conclusión de que tales exigencias son falsas, de que no tienen nada que ver con las necesidades o los deseos de Dios. La divinidad no tiene necesidades. Todo lo que hay es exactamente eso; todo lo que hay. Por lo tanto, no quiere nada, ni carece de nada; por definición. Si queremos creer en un Dios que de alguna manera necesita algo -y se siente tan dolido si no lo obtiene que castiga a aquellos de quienes esperaba recibirlo-, entonces es que queremos creer en un Dios mucho más pequeño que Yo. Y verdaderamente somos hijos de un Dios menor. Esto no significa que Dios no tenga deseos. Deseos y necesidades no son la misma cosa (aunque para muchos de nosotros lo sean en nuestra vida actual). El deseo es el principio de toda creación. Es el primer pensamiento. Es un sentimiento grandioso en el alma. Es Dios, decidiendo qué va a crear.
Con cariño,